Rocinante, el corcel de don Quijote, era puro hueso:
—Metafísico estáis.
—Es que no como.
Rocinante rumiaba sus quejas, mientras
Sancho Panza alzaba la voz contra la explotación del escudero por el
caballero. Él se quejaba del pago que recibía por su mano de obra, no
más que palos, hambres, intemperies y promesas, y exigía un salario
decoroso en dinero contante y sonante.
A don Quijote le resultaban despreciables
esas expresiones de grosero materialismo. Invocando a sus colegas de la
caballería andante, el hidalgo caballero sentenciaba:
—Jamás los escuderos estuvieron a salario, sino a merced.
Y prometía que Sancho Panza iba a ser
gobernador del primer reino que su amo conquistara, y recibiría título
de conde o de marqués.
Pero el plebeyo quería una relación laboral estable y con salario seguro.
Han pasado cuatro siglos. En eso estamos todavía.
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