Si yo te
regalara esta lluvia y bendijera las vertientes que fluyen de ti, sólo
así la humedad me daría tu inocencia; la tormenta vararía en los corales
de mis brazos, si no te regalara. Si yo me volviera acaso un pez en tus
manos, un charco transparente que te moje sólo a ti, el sonido del
delfín no sería necesario: sólo la caricia de mi lengua te estremece. Mi
desnuda suplicante, que te vuelves olorosa como un limón partido en
cuatro, como una jaiba que encumbra su poder de oleajes, si te partieras
en mi boca como una grosella, cerraría los ojos; dormiría en mi muerte;
abriría tus ramajes, treparía hasta tu copa y bebería las luciérnagas
que habitan en tus dedos.
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